jueves, 10 de agosto de 2006

La estancia seria larga...

Había sido uno de los primeros en llegar y el único empapado por la lluvia. El resto llegaba cada cual en su propio auto. El frío era muy intenso, apenas había podido sujetar el timón de la bicicleta. Aquel lugar era mi refugio; estaba poblado por estantes repletos de libros, repartidos en infinitas secciones y pasillos; me gustaba hurgar entre esos edificios de madera donde la lluvia, la soledad y la lontananza, parecían quedar desterrados de esa maravillosa Alejandría.

Empezaba mi rutina dando un paseo, la alfombra silenciaba mis pasos, el aroma de café recién preparado animaba ese laberinto donde siempre era posible perderse y descubrir algo nuevo. Esta vez una portada me araño de reojo, tenía casi dos pulgadas de páginas, por el título, el color supuse que entre sus gruesas y pesadas tapas debía albergar lo mejor de aquella ciudad.

Abrí, pasé; eran deliciosas e inmensas fotos de siglos de arte y arquitectura, página a página en una ruta imaginaria fui descubriendo castillos, palacios, paisajes, parecía que estaba deshojando una margarita gigantesca, en un pétalo se veía el arco, en otro la catedral, en el siguiente la torre y más allá los campos. Entré por allí y camine por unas veredas, noté que había gente y estaba en medio de ellos, había vida, color, movimiento... al frente un señor vendía globos llenos de helio, hacia mi derecha dos niños como de 11 y 6 jugaban y comían manzanas y algodones confitados, a mi izquierda un fotógrafo tomaba fotos a una mujer con sombrero que pintaba un óleo; detrás de unos árboles habían ciclistas, y en esa banca... en esa banca estaba ella, sentada, leyendo un libro con su cabello negro cubriéndole medio rostro. Me senté a su lado, me endulzó su mirada, la tome de la mano, respire hondo... era la ciudad y estábamos allí...

Una voz amable me regreso súbitamente al laberinto, alcance a entender que preguntaba si necesitaba algo, respondí que todo estaba bien, agradecí; sonrió y siguió de largo. La vida es eterna en cinco minutos, pero suena la sirena y hay que volver al trabajo... Me quedé de nuevo solo, sosteniendo aquel pesado ejemplar, miré a ambos lados; su mano ya no estaba en la mía, su mirada se había esfumado. Cerré el libro, lo devolví a su sitio y eche a andar. Seguí recto, despacio sin apuro por un pasillo, luego continué por otro hasta que al fondo divisé por fin mi mesa favorita.

Celebré en silencio que estuviera libre. Instintivamente fije mi territorio colocando encima mi lápiz, mi cuaderno de apuntes y mi casaca en la silla. Con la mirada recorrí la sección de fotografía, conocía de memoria los libros por ello noté que habían agregado dos nuevos títulos; seleccione uno de ellos y otros tres mas incluyendo el que ya iba por la página 96. Mientras tomaba asiento mire el reloj, las 9 con 15 de la mañana, respire hondo de nuevo… la estancia seria larga, tenia casi 12 horas para leer...

De "Sul letto secco dell'antico lago" (Fargo, 2006)
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1 comentario:

Anónimo dijo...

Un singular paseo por el mundo de la lectura. Me gustarìa que muchos disfrutaran de esta simple pero tan cautivante hecho que es el leer, y no solo el de leer por leer, sino leer todo aquello que nos guste y tambien aquello que no conocemos y que nos hace preguntarnos ¿còmo, porquè, cuàndo,dònde? respuestas que podremos encontrar en las calidas paginas de los libros. * *

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